En los últimos años se produjo una transformación en la dinámica del establecimiento agropecuario que no es ajena a los cambios generados en el interior de la familia. Estos cambios modifican las familias en sí, pero también la producción en aquellos casos en que ambas se encuentran estrechamente vinculadas.
Las nuevas generaciones incorporan así otra mirada y una historia diferente, aunque las mujeres y los hombres vinculados a la actividad agropecuaria siguen encontrando en “lo rural” un sentido de pertenencia que les otorga una identidad particular, en continua transformación.
La mujer que se desarrolla profesionalmente en el campo hace su aporte a la diversidad, con un particular estilo de liderazgo. A continuación, presentamos cuatro casos que representan, ni más ni menos, que distintos modos de llevar adelante el negocio agropecuario.

Una cofradía de mujeres – Luisa Mackern

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Los padres de Luisa Mackern vivieron toda su vida en el campo, en Miramonte, partido bonaerense de Azul. “Aunque desde chica fui a colegios pupilos bilingües, mis visitas no tan periódicas a casa marcaron a fuego la pasión que siento por el campo”, recuerda Luisa. “Pasaba mis vacaciones de a caballo, ayudando al personal en las distintas labores ganaderas y aprendiendo los manejos y cuidados que exige el desarrollo de la actividad agropecuaria”, añade.
A su vez, las cinco hijas de Luisa se criaron en el establecimiento La Tomasa, cursaron sus estudios primarios en el pueblo de Cacharí y el colegio secundario en Azul. Todas ellas estudiaron o estudian carreras universitarias relacionadas con la actividad: tecnicatura en Producción Agropecuaria, licenciatura en Economía y Administración Agraria, Veterinaria, Agronomía; y la más pequeña cursa el CBC de Veterinaria en la UBA.
“Me siento muy orgullosa de haberles transmitido los valores naturales que se maman de la tierra, de la vida en el campo. El cuidado del ambiente, la conexión con los animales, disfrutar de la naturaleza, lidiar con el barro y saber estar a solas con una misma. Actualmente, cuando vienen de visita, los trabajos en la manga y los arreos se organizan para que ellas puedan participar”, comenta la empresaria, integrante del CREA Río Salado (Sudeste).
Tras el fallecimiento de su padre y con sus hijas ya criadas, Luisa se dedicó por entero a la administración de la empresa familiar que integra junto con su madre y sus dos hermanas. “¡Una verdadera cofradía, hermandad y clan de mujeres, ya que nuestra asesora agropecuaria y nuestra contadora también lo son!”, exclama.
Una de las primeras medidas que tomó Luisa al hacerse cargo de la empresa familiar fue sumarse al Movimiento CREA. “Allí encontré el respaldo de un grupo de personas con quienes intercambio inquietudes similares, ya que se encuentran en las mismas condiciones geográficas que las nuestras”, señala.
“También aprendí la importancia de establecer una visión y una misión claras para la empresa y de ajustarnos a ellas, compartir reuniones con mis socias y presentarles informes de desempeño y resultados, y a la vez contar con el rol de auditor del CREA. La digitalización de la información, la intensificación del manejo, el mapeo del campo según la aptitud del suelo, la concurrencia a talleres, la oportunidad de ofrecer al personal distintos cursos –como el de Pastores– son algunas de las herramientas que nos ofrece el grupo y que aprovechamos para poder llevar a cabo cambios muy positivos durante mi gestión al frente de la empresa. Además, también tuve el honor de presidir el CREA Río Salado”, concluye Luisa.

Vocación con tradición familiar- Sofía Barreto

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Sofía Barreto es vocal de la zona CREA Sur de Santa Fe. Desde siempre, por vocación y por tradición familiar, tuvo claro que se iba a dedicar al campo (donde pasó buena parte de su infancia). Sofía estudió en un colegio agrotécnico de Venado Tuerto y luego se recibió de ingeniera en Producción Agropecuaria.
“Cuando terminé de estudiar, trabajé un tiempo con mi tío Enrique, quien me marcó muchísimo el camino, hasta que me sentí preparada para comenzar a administrar la empresa familiar, que está integrada por un campo de mi madre y otros de terceros en arrendamiento”, explica Sofía.
Dos años y medio atrás, Marcos –uno de los cinco hermanos de Sofía– se integró a la empresa para ocuparse del área de producción agrícola. En la actualidad, se dedican exclusivamente a la producción de granos, pero están evaluando incorporar otras actividades.
“Las tareas que tengo a cargo van desde la planificación del plan de siembra hasta la confección y el control del flujo de fondos, además de la compra de insumos y de la comercialización de los granos”, indica Sofía.
Está casada con Nicolás (quien también es ingeniero en Producción Agropecuaria). “Aún no tenemos hijos, por lo que combinar el trabajo con la vida familiar para mí es bastante simple, aunque obviamente siempre hay aprendizajes, por ejemplo, saber dejar de lado las cuestiones laborales en las reuniones familiares, ya que por lo general somos los mismos en el trabajo y en la familia”, comenta.
La empresa administrada por Sofía es integrante del CREA Santa Isabel. “Formar parte del CREA es importante por la contención que significa estar en un grupo de pares; además, nos aportó mayor capacidad de organización y nos va haciendo progresivamente mejores profesionales”, concluye.

Dos trabajos y tres hijos – Adriana Arnaldo
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“Antes de asumir la responsabilidad de integrar la Comisión Directiva de AACREA, lo consulté con mis hijos y mi esposo, porque eso iba a implicar más días fuera de casa. Y ellos me dijeron que no dejara pasar esta oportunidad”.
Así lo indica la agrónoma Adriana Arnaldo en referencia a sus hijos María Cruz (20 años; estudiante de Letras), María Pilar (17) y Jerónimo (16).
Adriana nació en Monte Cristo. Luego de casarse con Juan Cruz Molina Hafford (actual secretario de Agricultura de la provincia de Córdoba), el trabajo los llevó a vivir en Gualeguaychú, Aranguren (Entre Ríos) y General Villegas, para finalmente regresar a su lugar de origen (donde residen actualmente).
Parte de su infancia transcurrió en el campo. Luego se mudó con su familia a Monte Cristo. “En la empresa de mi familia nunca sentí o me hicieron notar la diferencia por ser mujer: recogía las vacas a caballo, manejaba tractores o ayudaba en las tareas diarias, en lo que hiciera falta. Es el lugar donde me inculcaron los valores que hoy son mi guía, la perseverancia, y sobre todo el ser buena persona”, recuerda Adriana.
“Afortunadamente, tuve la posibilidad de tener trabajos en los cuales pude compatibilizar el hecho de ser mamá con la labor profesional; siempre fue muy importante que mi esposo me acompañara para apoyarme en todo lo que quisiera hacer”, relata.
Adriana tiene dos trabajos: es la responsable técnica de la empresa familiar administrada por su padre y su tío, donde también trabajan sus hermanos y primos. Además es encargada de los campos cordobeses donde produce una firma agrícola que siembra en campos de terceros (en la cual Juan Cruz es uno de los socios).
“Cuando Francisco Iguerabide me llamó para ofrecerme formar parte de su equipo de trabajo, me sorprendí mucho porque no estaba en mis planes; hoy estoy muy contenta y agradecida; hay gente muy comprometida y con muchas responsabilidades y al estar en este lugar admiro más todo lo que hace el Movimiento CREA”, cuenta Adriana.
La última semana de cada mes, viaja a la ciudad de Buenos Aires para asistir a la reunión de la Comisión Directiva de AACREA. También concurre a las reuniones mensuales del CREA Monte Cristo (por la empresa familiar) y de la Regional Monte Cristo de Aapresid (por la empresa agrícola en la cual trabaja).
En Monte Cristo residen muchos familiares de Adriana (quienes le dan una mano con los hijos cuando ambos padres deben ausentarse de casa). “Tuve la suerte de poder compatibilizar la atención de mis hijos con mi trabajo profesional, pero hay colegas que tienen dificultades cuando deben atender campos que están lejos de su casa”, explica Adriana. “Además de los dos trabajos y de mi responsabilidad institucional, también voy al supermercado, me ocupo de las tareas domésticas y de mis hijos, pero no lo siento como una carga porque está en mi naturaleza el hecho de no poder quedarme quieta nunca”, concluye.

Caballos, vacas, y ahora novillos – Elena Bruzone

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Elena Bruzone siempre amó los caballos. Estudió veterinaria y se especializó en clínica y cirugía equina. Eso lo hizo en simultáneo con la administración del tambo familiar
–integrante del CREA Navarro–, el cual estuvo a su cargo desde que tenía 23 años.
“El apoyo de los integrantes del CREA Navarro fue clave para que pudiera hacerme cargo del tambo siendo tan joven”, recuerda Elena. Durante 10 años se ocupó de desarrollar su profesión a la par de la gestión de la empresa lechera. “En el ambiente me decían que era imposible que una mujer veterinaria consiguiera clientes, pero a mí me fue bien”, apunta.
Luego armó una familia –hoy tiene tres hijos– y ya no resultaba tan sencillo estar disponible las 24 horas del día los siete días de la semana para atender urgencias equinas. Así que decidió continuar únicamente con la gestión del tambo familiar (que tiene en propiedad junto con un hermano que no trabaja en la actividad agropecuaria).
“Afortunadamente, las vacas siempre recibieron los recursos que necesitaban al no haber una presión familiar para retirar fondos del tambo. De este modo, lo que no se quita en las malas épocas –como la que estamos viviendo– luego regresa en las buenas”, explica Elena.
La familia tiene otro campo en San Luis, que para Elena fue siempre su “lugar en el mundo”, dado que allí habitan los recuerdos de su infancia y, aún hoy, es un lugar de encuentro con sus seres queridos.
Tres años atrás, el administrador del campo puntano se jubiló y Elena comenzó a hacerse cargo de ese establecimiento ganadero de ciclo completo con algo de agricultura, que integra el CREA La Portada.
“Así como en su momento el CREA Navarro fue una escuela para mí, actualmente puedo decir lo mismo del CREA La Portada. Ser parte del CREA te permite llegar a tener una mejor conexión con la comunidad local, especialmente cuando uno proviene de otra zona”, señala Elena.


Extracto de la nota “Otra Perspectiva” -Publicada en la Revista Crea, Edición Noviembre 2016